La espera en ruinas de El Jordán
El Jordán, la emblemática fonda caminera de Medellín (1891), parada obligada de los arrieros que venían desde el occidente de Antioquia, pero que con el tiempo se convirtió en un bar, tertuliadero y sitio de referencia de la ciudad por más de un siglo, está a punto de caerse sin que la administración municipal haga algo por salvarlo. Su estado de deterioro es avanzado.
Las paredes de tapia se están cayendo y, sin embargo, todavía no comienzan las obras que prometían hacer de esta esquina en franca decadencia un centro cultural digno de los recuerdos que habitan allí. En febrero de 2009 la Alcaldía lo declaró patrimonio municipal y lo compró a la familia Burgos, quien aceptó venderlo.
El Jordán está en la loma más famosa de Robledo. Un barrio cuya historia ha estado marcada por la de la familia Burgos, que llegó allí desde hace más de 150 años. Por ese mismo sector, bajaban los arrieros en el siglo XIX que venían del occidente del país. Y, antes de ingresar al Valle de Aburrá, se apeaban en una casona antigua de paredes blancas, con más de 1.000 metros cuadrados de extensión, dos piscinas, una pesebrera para las mulas, 18 fogones y dos pianolas.
El Jordán, la emblemática fonda caminera de Medellín (1891), parada obligada de los arrieros que venían desde el occidente de Antioquia, pero que con el tiempo se convirtió en un bar, tertuliadero y sitio de referencia de la ciudad por más de un siglo, está a punto de caerse sin que la administración municipal haga algo por salvarlo. Su estado de deterioro es avanzado.
Las paredes de tapia se están cayendo y, sin embargo, todavía no comienzan las obras que prometían hacer de esta esquina en franca decadencia un centro cultural digno de los recuerdos que habitan allí. En febrero de 2009 la Alcaldía lo declaró patrimonio municipal y lo compró a la familia Burgos, quien aceptó venderlo.
El Jordán está en la loma más famosa de Robledo. Un barrio cuya historia ha estado marcada por la de la familia Burgos, que llegó allí desde hace más de 150 años. Por ese mismo sector, bajaban los arrieros en el siglo XIX que venían del occidente del país. Y, antes de ingresar al Valle de Aburrá, se apeaban en una casona antigua de paredes blancas, con más de 1.000 metros cuadrados de extensión, dos piscinas, una pesebrera para las mulas, 18 fogones y dos pianolas.
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